martes, 23 de marzo de 2010

Estilo Bonzo (II)

-¿Has venido solo? –pregunta Ivette.



-Bueno, les pregunté a Sansón y a Gómez si querían acompañarme, pero les pareció más interesante quedarse tumbados en el suelo, sangrando.



Aún lleva puesto el vestido de la función de esta noche. Está muy hermosa, y muy pálida. Le tiemblan las manos. Es lógico: ese cuarenta y cinco que me mira directamente a los ojos debe pesar lo suyo.



-¿Sabías que era yo, verdad? –pregunta.



-Sí.



-Entonces, ¿por qué has venido?



-Hoy no echaban nada bueno en la tele por cable. Ya sabes.



-No debiste venir.



-Lo sé. Mi médico ya me advirtió contra las pelirrojas. Pero también me dijo que dejase de beber, así que es difícil tomarse a ese tipo en serio.



-En realidad no soy pelirroja, Bonzo.



-¡Oh! Sí que lo eres, pequeña. Una auténtica pelirroja. Eso se lleva por dentro.



Le falla la voz.



-Esto no tiene por qué acabar así.



-Tienes razón, nena. Casémonos. Vayámonos al monte. Tengamos chiquillos, docenas de ellos. Yo cuidaré del ganado, tú amasarás el pan, y bailaremos juntos en la fiesta de la cosecha. No puedo esperar para contárselo a mamá.



-Eres un cerdo.



-Es mejor así, cielo. Así será todo más fácil.



-¿No quieres saber por qué…?



Es incapaz de terminar la frase.



-No –respondo.



Está llorando. Quizá sea cierto que me quería, después de todo. No es que eso me de esperanzas, pero reconforta.

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