martes, 23 de marzo de 2010

Estilo Bonzo (I)

















Debí suponerlo. Siempre que haya problemas y no sepas de dónde te vienen los golpes, pregúntale a la pelirroja.




Exceptuando a Ivette, la pista central del circo está desierta, tan solo iluminada tenuemente por las luces de candilejas. Si ella está aquí, él tampoco debe andar muy lejos. Piso una enoooorme mierda de elefante: otra señal inequívoca de que hoy es mi día de suerte.




Hace frío. Tengo una o quizá dos costillas fracturadas, el labio partido, un ojo inútil, y una herida de arma blanca en el hombro derecho que, afortunadamente, hace un rato dejó de sangrar. Ni el Lanzador de Cuchillos ni el Hombre Forzudo se mostraron demasiado dispuestos a colaborar en mi investigación, así que tuve que insistir. Hasta en las mejores familias se dicen unas palabras más altas que otras y se rompen, ocasionalmente, un par de platos de la vajilla. Lo que no sé es dónde ocultarían las mejores familias los cuerpos sin vida de dos de sus miembros cosidos a balazos, pero eso ya lo pensaré más tarde. Lo primero es lo primero. El grandullón parecía tener cierta tolerancia al plomo, por lo que tuve que aplicarle una dosis cuatro veces mayor de la habitual. Aún así, le dio tiempo de lanzarme un derechazo antes de derrumbarse; por suerte, conseguí parar el golpe con la mandíbula. Lo peor de todo es que ya no me queda más que una bala en el revólver. Lo bueno es que todavía mantengo la nariz intacta, y que aún conservo puesta mi peluca.

1 comentario:

Lavinia dijo...

Muy bueno, señor Miyagi. Extraña historia de tragicomedia. Pero tan fantástica... Siga así.