domingo, 20 de diciembre de 2009

A propósito de Haidar



Supongo que conocen ustedes, por lo menos a grandes rasgos, el cuento del traje nuevo del Emperador. Pues bien; he de decir, aun a riesgo de parecer prepotente, que a menudo tengo la sensación de ser el único en darse cuenta de que el Emperador, en realidad, está desnudo. Y créanme, a veces me gustaría que no fuese así, para poder participar de la algarabía general. Digo esto a propósito del caso de Aminetu Haidar.


Desde el principio tuve la sensación de que, más allá de los hechos aceptados comúnmente, había varios aspectos confusos en este caso. Por eso, antes de decidirme a expresar mi opinión de manera firme, he tratado de recabar información desde diversas fuentes. Ahora, ya puedo ofrecer una opinión meditada, aunque todavía provisional, y me apetece compartirla con todo aquél a quien le interese. Allá va:

Se ha publicado en casi todos los medios que Marruecos negó la entrada a la activista saharaui el 13 de noviembre, cuando se disponía a entrar en El Alaiún procedente de Las Palmas. Y eso es cierto, aunque hay matices de importancia que la mayoría de las personas no han tenido en cuenta. Al parecer, en la ficha de control policial de la aduana, Haidar puso “Sáhara Ocidental”. Para que se hagan a la idea, es como si ustedes, o yo, a la hora de rellenar un formulario de entrada para mi país, o para cualquier otro, decidiera poner “vasco”, o “catalán”. O como si un ciudadano indio escribe “Cachemira”. Lógicamente, se le denegará la entrada, o la salida, según el caso. Eso, repito, les pasaría a ustedes, a mí, a mi padre y a mi abuela, con la diferencia de que a nadie le importaría un comino excepto a nuestros allegados. Pensarán ustedes, quizá, que son casos diferentes, que el conflicto del Sáhara no tiene nada que ver con los mencionados por mí, y es cierto, son casos muy diferentes. Sin embargo, a efectos administrativos no lo son. Al no estar esa nacionalidad oficialmente reconocida por Marruecos, los funcionarios de aduanas marroquíes hicieron aquello a lo que su responsabilidad les obliga; es decir, negar la entrada a esa mujer a menos que acreditase su nacionalidad marroquí. Haidar, habremos de suponer, se negó a reconocerse marroquí como forma de reivindicación y de protesta, gesto que me parece totalmente legítimo, como también lo es que los funcionarios le negasen la entrada. Que hubieran hecho la vista gorda en otras ocasiones, como así fue, no implica que debieran hacerlo en esta. Eso es difícilmente discutible. Sí lo es que, posteriormente, le retirasen su pasaporte y la trasladasen a Lanzarote de manera forzada, lo que supone una expulsión ilegal de libro. Eso nos lleva al papel del Gobierno de España. Se ha reprochado con dureza que el Ministerio de Asuntos exteriores permitiera la entrada de Haidar de manera irregular. ¿Debemos suponer, entonces, que las personas que sostienen esto se hubieran mostrado satisfechas si el Gobierno hubiese impedido la entrada de Haidar en nuestro país, como debería haber sido de acuerdo con la legalidad? No lo creo. Creo que, por el contrario, se le hubiera criticado aún más duramente. El caso es que su traslado forzoso ha llevado a Haidar a denunciar al Gobierno de España por “secuestro” y “malos tratos”, cargos extremadamente graves, aunque con visos de ser ciertos, por lo menos en lo referente al secuestro, entendido como retención contra su voluntad.


El día 16 de novienbre, Haidar inicia una huelga de hambre en el aeropuerto de Lanzarote para que se le permita regresar al Sáhara, y presenta la mencionada denuncia, así como otra contra Marruecos por “expulsión ilegal”. El 18 de Noviembre, dos días después de iniciar su huelga de hambre, Haidar se ampara en su estado de salud para no comparecer ante un juzgado que le había citado por supuesta alteración del orden público. Ignoro cuál sería su estado de salud por aquél entonces, pero su gesto podría interpretarse, además de cómo otra forma de protesta, como un menosprecio hacia las leyes del país que, hasta entonces, la había tratado de manera más que favorable, y de las cuales se había beneficiado en más de una ocasión.


En mi condición de partidario de la desobediencia civil como forma legítima de protesta, no puedo criticarla por ello, pero creo que es un dato elocuente, por cuanto habla de una actitud poco proclive a la colaboración con las autoridades españolas.


Más: El 20 de noviembre, el Ministerio de Asuntos Exteriores propone a Haidar que, en caso de rechazar la propuesta de Marruecos de tramitar un nuevo pasaporte en el consulado marroquí en Canarias, puede solicitar la concsión del estatuto de refugiada, pero la activista rechaza ambas opciones. Es decir, se le ofrece una solución práctica para poder regresar a El Alaiún, pero ella se niega. De nuevo, considero que estaba en su derecho, pero esa versión casa difícilmente con la de que “España y Marruecos la están empujando a la muerte”, como posteriormente sostuvo.


29 de noviembre: Haidar rechaza la propuesta de Exteriores de concederle la ciudadanía española durante la reunión celebrada en el aeropuerto entre el director del gabinete del Ministerio de Asuntos Exteriores, Agustín Santos, y la activista, y que fue interrumpida cuando ésta sufrió un desvanecimiento. O sea, más de lo mismo.


4de diciembre: España fleta un avión medicalizado para trasladar a Haidar a El Aaiún pero Marruecos, que había autorizado el vuelo, impide que la aeronave despegue con una "contraorden".


5 de diciembre: Marruecos vuelve a impedir el regreso de Aminetu Haidar a El Aaiún. La activista se encuentra en el aeropuerto de Lanzarote a la espera de obtener los permisos necesarios que autorizen su regreso efectivo a El Aaiún. Es entonces cuando acusa a España de “ser cómplice de Marruecos” y de “empujarla hasta la muerte”. Tela, ¿no?


Mientras tanto, por toda España, se suceden las manifestaciones en apoyo a la activista y en contra de las políticas de Marruecos y de España; los antimonárquicos exigen la mediación del Rey (ver para creer); gente que no ha movido un dedo para exigir el respeto por los Derechos Humanos por parte de la dictadura castrista, o que, incluso,se declaran partidarios de ella, sale sin empacho a exigir eso mismo en el Sáhara, etc.


Posteriormente llegaría el feliz desenlace que conocemos todos: Haidar gana su pulso al Reino de Marruecos y al Estado Español y consigue regresar a su casa sin haber hecho una sola concesión, gracias al nutrido apoyo popular que su causa recaba. De paso, se convierte en un icono de la lucha por los Derechos Humanos a nivel mundial.


Bueno, bien está lo que bien acaba. Sin embargo, ¿saben una cosa? Me jode que intenten manipularme. Y, sobre todo, me jode cuando los que intentan manipularme son aquellos con los que, en principio, me identifico. Me explico. Se nos han vendido como ciertos unos hechos que no lo son. A saber:

-Que a Haidar se le prohibió la entrada a Marruecos desde un principio. Eso es, como mínimo, relativo. Ella podía haber entrado como marroquí. Sencillamente, no quiso. Luego, sí que es cierto que se le niega la entrada, al mantenerse ella en sus trece.
-Que España la tenía retenida. Falso. De hecho, me parece que, si de algo tenía ganas el Gobierno era de quitarse de encima ese marrón como fuera. Se le han ofrecido varias soluciones, dentro y fuera de la legalidad, para que regresara a su casa, y las ha rechazado todas. No ha querido hacer una sola concesión, y ha preferido mantener hasta el final su pulso con Marruecos y España, aun a riesgo de perder la vida.
-Que España y Marruecos “la están empujando a la muerte”. En fin. Lo de Marruecos, pase, por los precedentes, pero lo de España…

El cuadro de la situación que veo ante mis ojos incluye las siguientes figuras:


-Una mujer tenaz, valiente, inteligente, testaruda y proclive al martirio, con la razón de su parte, pero solo en parte, y que, por otra parte, se muestra extremadamente poco razonable en muchos momentos para buscar una salida satisfactoria al conflicto.
-Un país gobernado por un sistema arcaico, feudal, antidemocrático, intransigente y despótico, a la que la vida de sus súbditos (que no ciudadanos) parece importarle un comino.
-El Gobierno de un país democrático, torpe, confuso, temeroso y voluble, cuyas actuaciones parecen basarse más en la improvisación y el oportunismo que en unas convicciones firmes y sólidas.
-Una masa de personas bienintencionadas, en muchos casos mal informadas, con un sentido crítico unidireccional, que apoya de manera entusiasta y voluntariosa lo que consideran una causa justa, y que asume como dogmas una serie de falsedades y exageraciones que de ningún modo creo que sean inintencionadas.


O, dicho de otro modo, que raramente las cosas son solo blancas o negras. Generalmente, hay matices de gris. Pero, claro, considerar todos esos matices dificulta enormemente el tomar una postura rotunda respecto a determinadas causas, y hay causas en las que la indefinición o la discrepancias no están muy bien vistas.


Todos queremos ser buenos y sentirnos buenos. Yo, el primero. Pero, para mí, la idea de bondad está indisolublemente ligada a la idea de Justicia. Y esta, a la de la Verdad. Así, en mayúscula. Para juzgar correctamente un caso, hay que conocer los hechos. Cuantos más, mejor.


Yo, por mi parte, no puedo dejar de pensar que he asistido, aparte de a la valiente y orgullosa lucha de una mujer por su libertad y sus ideas, al intento (y consecución) de fabricar una mártir, con la necesaria y entusiasta colaboración de una gran cantidad de buenas personas. No debería tener que decirlo, pero, por si alguno lo dudase, apoyo la causa del pueblo saharaui y su lucha por la independencia de Marruecos. Me parece un buen fin. Pero, eso sí, no me vale cualquier medio.


Ahora, juzguen ustedes. Por cierto, lo que quiero decir ya lo dijo John Lennon hace tiempo, con menos y mejores palabras:


Buenas tardes.

jueves, 3 de diciembre de 2009

El anillo de Patricia



Tras un sinfín de fracasos sentimentales previos, Patricia estaba segura de haber encontrado en Jorge al hombre adecuado. Bien parecido, con una holgada situación económica y, sobre todo, aparentemente dispuesto al compromiso. Sin embargo, la madre de Patricia desconfiaba -“Hasta que no haya anillo, hija, nada de nada”, repetía insistentemente -. No tardó Jorge, acuciado por ciertas necesidades viriles, en proponer matrimonio a Patricia, propuesta que ella aceptó con los ojos anegados de lágrimas. Sin embargo Patricia, aunque aceptó el anillo que Jorge le ofrecía, pertenecía a una reputada familia de orfebres cuyas actividades profesionales se remontaban a la Edad Media, e insistió en forjar personalmente los anillos para el enlace.

La boda se celebró la primavera siguiente en la Catedral, con grandes fastos, y a ella acudió lo más granado de la sociedad civil. Durante algún tiempo el matrimonio aportó paz y felicidad a sus dos miembros, sin embargo la rutina no tardó en instalarse en la vida conyugal. Jorge ya no era el galán solícito de los primeros tiempos y Patricia cada vez se mostraba menos complaciente hacia los requerimientos nocturnos de su marido, motivo por el cual Jorge se sintió impulsado a buscar fuera del hogar las atenciones que en casa se le negaban cada vez con mayor frecuencia.

Una noche, hallábase Jorge en un conocido burdel del extrarradio, gozando de los favores de una corpulenta meretriz brasileña, cuando notó que algo tiraba de su dedo anular. Sorprendido, comprendió que se trataba del anillo. Trató de quitárselo, pero el anillo parecía haberse adherido con fiereza a su piel. Los tirones aumentaban de intensidad y lo hacían en dirección a la puerta, hasta el punto que apenas tuvo tiempo de ponerse los calzoncillos antes de salir corriendo con el brazo extendido a través del local, entre las miradas estupefactas de trabajadoras y clientes, hacia la calle. Cuanta más resistencia oponía Jorge, con mayor determinación tiraba de su dedo el anillo, produciéndole tal dolor que pronto Jorge no tuvo más remedio que tratar de seguir el ritmo, cada vez más apremiante, que marcaba el dorado objeto. Pero el anillo avanzaba más y más rápido y tiraba con mayor fuerza a cada momento. Cruzó Jorge calles y plazas a la carrera, con su dedo anular apuntando al infinito, hasta que no pudo más y tropezó, hecho que no detuvo al anillo en su trayectoria. A pesar de sus gritos pidiendo auxilio, nadie fue capaz de reaccionar al paso de ese hombre que se arrastraba por el suelo semidesnudo de forma tan inverosímil.

Patricia estaba con su madre en la cocina cuando vieron aparecer por la gatera de la puerta el anillo, todavía unido al dedo que antes había sido de Jorge.
“No llores, hija, cualquiera puede equivocarse. La próxima vez te saldrá bien, ya lo verás”, dijo la madre mientras abrazaba a Patricia y trataba de aplacar su desconsuelo. Después recogió anillo y dedo, los limpió en el fregadero y los guardó tal cual en el cajón del armario al fondo del desván, junto a todos los demás. “Hombres”, pensó, “quinientos años y aún no han aprendido nada”.

Kepa Hernando

A kind of Magic

El Ministro de Propiedades Mágicas estaba leyendo un informe sobre tréboles mutantes de siete hojas cuando unos golpes apresurados sonaron en su puerta y, acto seguido, su secretario asomó la cabeza preso de una llamativa excitación.
-¿Sí, Rufus? ¿A qué se debe tanta urgencia? ¿Y por qué no ha utilizado su caracola para comunicarse conmigo, como es reglamentario?
-Disculpe, Señor Ministro, pero creo que se trata de algo de suma importancia, y temía que pudiera llegar a oídos indeseados.
-Está bien, pase. ¿De qué se trata?
El secretario tomó asiento y resopló, sin decidirse a hablar.
-Vamos, vamos, suelte ya lo que sea –le apremió el Ministro -, que no tengo todo el día.
-Verá, Señor, es que… ¿Recuerda usted el objeto del que le hablé hace un par de semanas, el que fue encontrado en una cantera de Cornualles?
-Sí, lo recuerdo. Ese que, aparentemente, no parecía tener ningún tipo de propiedad mágica.
-Exacto. Pues nuestros hombres lo han estado investigando día y noche y parece confirmado; el objeto no tiene magia por ninguna parte.
El Ministro miró a su secretario con incredulidad.
-Eso no es posible, Rufus. Algún tipo de propiedad mágica debe tener. ¿Lo han mirado ustedes bien?
-Obviamente, señor; si no, no estaría aquí.
-Pero, vamos a ver, algo debe hacer. No sé. ¿No aumenta de tamaño? ¿No cambia de forma? ¿No atrae a la mala o la buena suerte, al menos?
-Al parecer no, señor.
-¿Y qué hace, entonces?
-Nada, señor.
-¿Cómo que nada?
-Pues eso mismo, señor: nada.
-A ver si lo entiendo: ¿El objeto está ahí y no hace nada?
-Como se lo cuento.
-¿Y han probado a conjurarlo, por si tuviese algún genio dentro? ¿Lo han disuelto, mezclado con otras sustancias, radiado con energía mística…?
-Lo hemos probado todo, señor, absolutamente todo. Hemos agotado el protocolo convencional y el de emergencia, pero no hemos conseguido nada.
-Esto es inaudito. Tienen que haber cometido algún error.
-Es posible, señor, pero yo no apostaría por ello.
-Entonces debo informar de inmediato. ¿Está usted seguro de lo que me cuenta, Rufus? Mire que no me gustaría convertirme luego en el hazmerreír del Consejo de Hechicería.
-Absolutamente, señor. Jamás nos habíamos encontrado con un caso similar a este.
El Ministro profirió una maldición que hizo arder las cortinas de su despacho.
-Sagrado corazón de Merlín, a ver cómo le cuento yo esto al Primer Ministro. Rufus, ¿le importaría acercarme el tintero invisible del estante del fondo?
-Por supuesto, señor.
El Ministro esperó hasta que su secretario se alejó de la puerta; entonces sacó su varita mágica del cajón de su escritorio y lo fulminó con un hechizo desintegrador. Después limpió la estancia de residuos mágicos y orgánicos e invocó a su caracola secreta desde otro plano dimensional. Permaneció unos segundos indeciso frente a ella hasta que finalmente se decidió a utilizarla.
-Plubius, soy yo. ¿Podemos hablar? Con seguridad, quiero decir.
-Claro, Henry, esta línea es segura. De hecho, en realidad ni siquiera existe.
-Bien. Tengo algo que contarte, pero te va a parecer increíble.
-No me lo digas, ya lo sé. Acaban de informarme.
-¿Com…?
-No te preocupes, Henry, no ha sido tu gente, tengo mis propias fuentes de información.
-¿Y qué vamos a hacer, Plubius? Si el pueblo se entera de esto…
-Precisamente, de eso se trata.
-¿Qué quieres decir?
-Que debemos impedir que lo sepan. Si esto llegase a la calle cundiría el pánico. Todo cuanto conocemos, todo en cuanto apoyamos nuestro ancestral sistema de gobierno, cambiaría para siempre. Las personas ya no sabrían en qué creer, no tendrían a qué aferrarse.
-Pero, Plubius, ¿tú crees que tenemos derecho a ocultarlo? Es decir, esto puede cambiar el curso de la Historia, no sé si está en nuestras manos decidir...
-No es discutible, Henry. Debes hacerme caso. Tú asegúrate de que no haya nadie que pueda difundir esa información, no sé si me entiendes.
-¿Me estás pidiendo que…?
-Sí, eso te estoy pidiendo. Es más, te lo estoy ordenando. Yo asumo toda la responsabilidad por si hubiera problemas en el futuro, pero debes hacer cuanto sea necesario. No hay otro remedio. Mientras tanto yo he enviado a alguien a hacerse cargo del objeto, ya deben estar de camino.
-Está bien, Plubius, así lo haré.
-Confía en mí, Henry, sé lo que hago. Después te llamo para coordinar la estrategia. Y no te preocupes, todo está bajo control.
-De acuerdo, Plubius, como tú consideres. Hasta después.
-Hasta después.
El Ministro depositó la caracola en la mesa y se acercó a la ventana. El bosque de fuego ardía precioso aquella tarde. Henry sabía perfectamente la suerte que le aguardaba. A pesar de las arteras palabras del Primer Ministro sabía que no vería un nuevo amanecer, pero tampoco le importaba demasiado en esos momentos. No después de lo que acababa de conocer. Un objeto sin magia. Así que las antiguas leyendas eran verdad.
Tomó una decisión. No tenía mucho tiempo, los hombres de Plubius debían estar al caer. Fue hasta la librería oculta tras la telaraña gigante de la esquina y seleccionó un volumen polvoriento y gastado: Magia Trascendental. Lo abrió casi por el final.
-No, no, no, no… ¡Aquí está!
Leyó con atención, cerró el libro y voló hasta el Departamento de Propiedades Mágicas Primordiales atravesando los pasillos del Ministerio como una exhalación, sin hacer caso a las miradas atónitas de los funcionarios. Cuando los miembros del Cuerpo Estatal de Seguridad llegaron al departamento tuvieron que fundir la puerta de plomo para entrar. Dentro estaba el Ministro, rodeado por los destellos moribundos de un hechizo recién utilizado. Le exterminaron sin mediar palabra, pero no encontraron rastro alguno del objeto que habían venido a buscar.

Muy lejos de allí, al mismo tiempo y en otro plano de la existencia, Rodrigo Badilla, estudiante de Biología, natural de Valparaíso, Chile, miraba a través de la ventana de su terraza y se preguntaba, mientras trataba de superar con la ayuda de un café bien cargado y un alka-seltzer la espantosa resaca con la que amaneció esta mañana tras la fiesta Erasmus de anoche, quién demonios, y con qué extraño propósito, habría podido ensartar a ese gnomo de jardín en la aguja del campanario de enfrente.

Kepa Hernando

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Un buen final



Rosana Alvarado está bloqueada. Ha hablado con su editor y están de acuerdo. No ha sido una conversación agradable, pero era necesaria. Ambos coinciden: hay que cerrar la saga y hay que hacerlo a lo grande. El séptimo volumen tiene que ser el mejor, o si no, al menos no debe defraudar las expectativas de sus lectores. Al principio Luis, su editor, se ha mostrado reacio a matar a Celia, pero al final Rosana ha impuesto su punto de vista. Matar a Celia Portillo es esencial. En primer lugar, la idea de una Inspectora Portillo jubilada, lamiéndose las heridas en su retiro de la Costa del Sol, le parece una abominación. Un personaje como Celia Portillo debe morir de pie, como una valkiria. Si la vida no ha sido capaz de doblarle el espinazo, la muerte tampoco lo hará. No ha enchironado a ese sinnúmero de hijos de puta para acabar babeando frente a la televisión en un asilo de ancianos. Y en segundo lugar, matar a Celia es la única manera de garantizar que al desgraciado de Luis no se le ocurra la infeliz idea de continuar con la saga después de su muerte, aunque eso no se lo ha dicho a él, obviamente. Lo que está claro es que Celia Portillo debe morir. Rosana no tiene mucho tiempo, el cáncer que le diagnosticaron hace cuatro meses avanza inexorablemente por sus tejidos reclamando cuotas de salud a su paso. Todavía puede valerse por sí misma pero eso terminará pronto. Tan solo espera vivir el tiempo suficiente para que Celia pueda morir dignamente. O para que la maten, porque Celia no esperará a que la muerte acuda a su encuentro. No, la muerte va a tener que salir a buscarla. A Celia la habrán de matar. La cuestión es quién, y cómo.


Respecto al quién, tendrá que ser algún personaje ya conocido, pues no hay tiempo de perfilar un nuevo villano de suficiente enjundia. Sin embargo no es fácil decidirse por alguno.


“Podría ser el “Bambino” Heredia”, piensa Rosana. Heredia es un patriarca gitano que se pudre confinado sobre su silla de ruedas en Soto del Real, y cuyo primogénito la palmó en una redada autorizada por Portillo. Sí, pudiera ser que saliera de la cárcel debido a sus problemas de salud, y que, una vez fuera de presidio, orquestase su ansiada venganza contra la inspectora. Aunque Heredia no vale tanto, es un pedazo de mierda que no estaría a la altura como némesis final.


También podría ser Félix Laíño, el magnate de la construcción, a quien solo sus numerosas amistades en el mundo de la judicatura han librado de más de una temporada contemplando el vuelo de las golondrinas tras unos barrotes por cuantos delitos monetarios pueda uno imaginarse. Pero no, asesinar a Portillo sería algo de demasiado mal gusto incluso para un cafre como él.


¿Tal vez Pepe Couso? Fue compañero de Portillo cuando esta era más joven, y llegaron a liarse un par de veces cuando Celia aún esperaba algo de los hombres. Sin embargo Pepe se cargó accidentalmente a un camello durante un trapicheo y, ya puesto, se quedó con un par de kilitos de coca para pasar el invierno. Celia le descubrió y, tras intentar convencerle en vano para que se entregara, terminó por delatarle en una de las decisiones más difíciles de su vida. Desde entonces a Pepe se le aflojaron varios tornillos y se la tiene jurada a Celia. Numerosas denuncias por acoso y diversas órdenes de alejamiento que pueden dar fe de ello. Sí, este final podría ser lo más parecido a la justicia poética.


¿Y el agente Gámez, en un momento dado? Ángel Gámez, su fiel escudero. Hace años Ángel se interpuso entre la inspectora Portillo y el revólver de un proxeneta búlgaro, y desde entonces es el único subordinado al que permite tutearla, aunque siempre en privado, nunca en público. Pero no, sería demasiado retorcido y no habría tiempo de idear una trama coherente para esa posibilidad. Sin embargo Rosana tiene que decidirse, no quiere que algún escritorcillo amateur con ínfulas de ser el nuevo Stieg Larsson se haga de oro inventándole hijos secretos a la Portillo. El personaje de Portillo puede ser lo único que le sobreviva, lo único perdurable de ella que quede en este mundo, y es suya, solo suya.


En cuanto al cómo, al final de Portillo, tiene que ser algo trágico, aunque no forzado. Debe ser algo sencillo pero a la vez complicado. Un final discreto, elegante, un adiós con clase, pero que, en todo caso, estará indefectiblemente ligado a la elección del asesino.


Sin embargo, Rosana siente que de alguna manera matar a Portillo sería traicionarla. Ser su creadora y quitarle la vida podría parecer una idea hasta cierto punto hermosa, pero no lo siente así. Llevan tantos años juntas que ha llegado a considerarla como una especie de amiga cuya presencia fuera imperceptible pero constante. Ha mantenido conversaciones imaginarias con ella, le ha pedido consejo, se han compadecido mutuamente y se han emborrachado juntas en más de una ocasión. No, no va a ser fácil acabar con Celia. “¿Y si hubiera otra manera”, piensa Rosana, “un final que a la vez fuera también un principio?”


Está sentada frente a la pantalla del ordenador, sumergida en esas cavilaciones, cuando suena el teléfono del escritorio, sobresaltándola. Son las dos y media de la madrugada. Suenan otros dos timbrazos antes de que Rosana se decida a responder. Levanta el auricular y escucha. Tan solo escucha, mientras su rostro va adquiriendo una palidez cadavérica. Cuando por fin cuelga permanece un buen rato sentada, pensando. Se levanta y va a su cuarto a ponerse su vestido preferido. Después se dirige a la despensa y elige un buen vino, coge dos copas de cristal y lo dispone todo sobre la mesa baja del salón. También enciende una vela. Esta noche espera una visita importante. Luego regresa a su mesa, abre un documento en blanco y comienza a escribir.

(...)


-Nos han pasado una cosa que huele rara –informó Ángel mientras irrumpía en el despacho de Portillo sin avisar, como siempre - Una señora que la ha palmado en un incendio. Lo raro es que hizo una llamada al 112 tres cuartos de hora antes de comenzar el fuego, pero colgó al par de segundos. Estaba enferma de cáncer, así que podría tratarse de un suicidio a bombo y platillo, pero de todos modos creo que deberíamos investigarlo. Rosana Alvarado, se llamaba.
-¿Como la escritora? –preguntó Portillo sin levantar la vista del informe que está leyendo.
-La escritora, de hecho. ¿Tú la conocías? Yo no había oído hablar de ella.
-De nombre, nada más -respondió Celia con indiferencia.
-Además hay otro detalle extraño –prosiguió Ángel, sentándose en el borde de la mesa -, al hacerle la autopsia le encontraron una colilla de Ducados en el interior de la garganta.
Portillo miró a su colega a través de las gafas de leer y afirmó muy seria:
-Quizá le apetecía sentarse a disfrutar del espectáculo, se puso a fumar en mitad del incendio y se atragantó, hay gente para todo.
-No sé. De todos modos yo alucino. La tía estaba a punto de palmarla de cáncer de pulmón y seguía apretándose sus Ducados. Así vas acabar tú, jefa, como sigas fumando esa misma mierda.
-No te preocupes, cielo, que sé cuidarme solita.
Y sonrió mientras le propinaba una calada al cigarrillo absolutamente desprovista de culpa.

lunes, 19 de octubre de 2009

Síndrome de Stendhal

La gente me mira cuando pasa por delante de mí, es inevitable. Ocurre desde que tengo conocimiento. Por la forma en la que se me quedan mirando, por los comentarios que realizan en voz baja, está claro que hay en mí algo que les complace. No sé exactamente qué es, pues nunca me ha sido dado verme. No sé si soy bonita o si soy fea, aunque creo que la fascinación que siente la gente por mí no tiene que ver con una cuestión de belleza física. Es otra cosa, pero no sé qué. Al parecer nadie lo sabe con certeza. Por lo que he podido entender tiene algo que ver con mi sonrisa. Al menos eso dicen algunos. Otros dicen que es cierta cosa en mi mirada, una especie de burla amable, como si estuviera en posesión de un misterio vedado a todos los demás, un enigma cuya solución fuera tan evidente que no me fuera posible ocultar un secreto regocijo. Y así es, en realidad. Porque sé tan poco de mí como la mayoría de ustedes, y todo cuanto sé de mí lo sé por otros, pero sé algo que ustedes no saben. Ustedes ignoran que yo puedo verles, y que escucho cuanto dicen de mí, y por eso hablan y me señalan sin pudor. Esa es mi gracia, y esa es también mi maldición. Por eso sé que me llaman la Gioconda, y también la Mona Lisa. Quiero creer que mi padre no era consciente de lo que hacía cuando me insufló un alma. Ahora vivo deseando que un día llegue alguien que, capaz de ver la verdad, me mire a los ojos y comprenda, y en un acto de amor infinito borre para siempre mi sonrisa perpetua.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Un desgraciado accidente


Juro que no la vi venir. No sé por dónde apareció, tuvo que ser por algún punto ciego, no logro explicármelo de otra manera. Sí, era de noche y la visibilidad era escasa, había mucho humo y el resplandor de las luces impedía ver con claridad. También, es cierto que había bebido un poco. Pero soy un hombre experimentado, y puedo asegurar que he manejado situaciones mucho peores que aquella. Tenía todo el campo de visión controlado: por delante, a ambos lados, por detrás… No sé cómo pudo suceder. Yo seguía mi rumbo tranquilo y constante, escuchando la música de fondo y fumando, pero centrado. No soy un tipo que se despiste fácilmente. Errores del pasado me enseñaron a evitar distracciones indeseables. Sin embargo, cuando me quise dar cuenta ya la tenía encima, no me dio tiempo de reaccionar. El impacto fue brutal. De lo que sucedió después, tan solo tengo algunos recuerdos fragmentados, y no consigo saber cuáles son reales y cuáles me inventé. Veo su rostro congelado en un haz de luz, mirándome con expresión de asombro, escucho las voces de mis amigos preguntándome si me encontraba bien, luego una confusión de sábanas blancas, unas manos explorándome y un ventilador en el techo. La única certeza que tengo es la de haberme despertado días después en esta cama con el corazón roto en mil pedazos. No quiero piedad ni comprensión, y mucho menos perdón. Asumo mi responsabilidad, y cargaré con ella lo que me quede de vida. Tan sólo quiero saber una cosa, ¿cómo está ella?

martes, 13 de octubre de 2009

Tú no lo harías


Tengo un sentimiento ambivalente hacia la publicidad televisiva. Por un lado me parece un mundo apasionante donde la creatividad campa a sus anchas. Hay anuncios que son auténticas obras de arte, prodigios de sensibilidad, innovación o sentido del humor, una gozada para la vista. Por otro lado, creo que tiene un componente intrínsecamente perverso. A menudo se trata de convencer a la gente de que compre productos que no necesita, de informarle de asuntos que no le interesan y de responder a cuestiones por las que no ha preguntado. Además lo hace de un modo invasivo. Casi nadie se tragaría voluntariamente diez minutos de anuncios a menos que asista a un certamen de publicidad, pero tenemos que comulgar con ello para ver programas de televisión que nos interesan. Y, cada vez con más frecuencia, el mensaje que nos transmiten no guarda relación alguna con aquello que se publicita. Ya no se trata de informarnos de las razones objetivas para comprar este coche en vez de este otro o de qué ingredientes hacen de la nueva versión de un perfume algo diferente a la anterior, sino de llamar nuestra atención y de que asociemos determinada marca a una imagen atractiva. No de convencernos con argumentos, sino de embaucarnos, en definitiva. Eso, cuando no tratan directamente de engañarnos. Por ejemplo cuando una cadena de comida rápida se precia del amor y el cuidado artesanal con el que una serie de trabajadores indolentes y desmotivados confeccionan sus clónicas y paupérrimas hamburguesas, cuando un banco alardea de pensar en nuestro beneficio por encima del suyo o cuando, en el colmo del cinismo, una compañía de telefonía móvil trata de vendernos un contrato leonino como un pasaporte hacia la libertad. “Porque lo importante eres tú”. Ya, y un huevo. ”Pensamos en tí”. Sí, en mis bolsillos, concretamente, y en cómo vaciarlos. O los de las Fuerzas Armadas, esos son muy buenos. Salen soldados saltando en paracaídas, aprendiendo a manejar maquinaria pesada, estudiando o entregando sacos de arroz a sonrientes turbas de africanos hambrientos. Uno espera ver aparecer de un momento a otro a un soldado llevando en sus brazos a un tembloroso cervatillo para salvarlo de las llamas. Pero, vamos a ver. QUE SOIS SOLDADOS, COÑO. En un ejército que se precie de serlo te enseñan a combatir, a matar eficientemente sin cuestionar las órdenes, y lo demás son polladas.


Pero los anuncios que más me joden, con diferencia, son aquellos que se dirigen al teleespectador como si los anunciantes le conocieran de toda la vida. “Porque sabemos lo que quieres”. “Porque tú lo vales”. “La oferta que estabas esperando”. “La casa de tus sueños”, etc.
Afortunadamente, hace muchos meses que la antena de mi casa dejó de funcionar, y no he dado un solo paso para arreglarla, por lo que, generalmente, estoy a salvo de las embestidas publicitarias. Sin embargo soy aficionado al cine y alquilo películas con bastante frecuencia en el videoclub. Pues bien, ahora aparece en casi todos los estrenos un anuncio contra la piratería que me toca especialmente los cojones. En él aparecen una serie de personas cometiendo diversos actos entre lo hijoputa y lo criminal. Por este orden: una tipa con traje ejecutivo fumando en el ascensor junto a una embarazada, con aire chulesco; un conductor que, no solo se salta un paso de cebra estando a punto de llevarse por delante un cochecito de bebé, sino que encima se permite, el muy cabrón, mandar a paseo con un gesto despectivo a los sobrecogidos padres; un tío rayando con una llave el coche de un desconocido; una pareja de adultos de estética burguesa procediendo a derribar contendores de basura a patadas; y, finalmente, a un atribulado inmigrante sudamericano cerrando una lona repleta de cedés piratas ante la presumible llegada de la Policía. Obviando la burda intención de equiparar la gravedad de unos hechos con la de los otros, cabe señalar, curiosamente, que tal como está rodado el anuncio da la impresión –al menos a mí -de que todos esos actos deben ser súper divertidos de realizar. Vamos, que te dan ganas de salir a la calle a romper espejos retrovisores y emprenderla a puntapiés con los cubos de basura. Pero lo realmente indignante viene después. “Tú no lo harías”, dicen. ¿Y vosotros qué carajo sabéis? ¿Acaso me conocéis? Si tuviera que vender cedés piratas en la calle para poder comer caliente esta noche, claro que lo haría. Pero es que, además, ¿vosotros cómo coño sabéis quién soy yo? ¿Quién os dice que no me dedico a atracar bancos a punta de pistola, o a torturar y violar ancianas en sus domicilios? ¿Que me conocéis, decís? Pues os vais a cagar, pedazo de imbéciles. Voy a salir a la calle a liarla parda, hombre. Voy a mear a través de las ranuras de los buzones de Correos, voy a tirarme pedos a mansalva, sonoros y malolientes, en la guagua y a culpar por ello al discapacitado que se siente a mi lado, voy a ir a mofarme del finado a la puerta de los velatorios, sólo por reírme un poco, no pasará monja a mi lado sin verme la picha, voy a robar lo que no está escrito, y, por supuesto, voy a descargarme cuanta música y cine ilegal me venga en gana, a saco. O sea, me voy a descargar la puta colección completa de Steven Seagal solo por joderos. Porque ya me habéis tocado los huevos, hostia. Que yo no lo haría, decís, como si me conocierais de algo… Pues mira por dónde, no, no lo había hecho nunca, pero me habéis dado unas cuantas buenas ideas. Gilipollas.

jueves, 6 de agosto de 2009

La vida pirata

(ché, Gilda, disculpá el latrocino, pero me encantó esa asociación).


“La vida pirata es la vida mejor”, así rezaba la canción, seguro que la recuerdas. ¿Y qué es la vida pirata? Pues la vida pirata, tal como yo la entiendo, es no saber a dónde te llevará el viento mañana. Es sentir el azote del mar en la cara, ponerte voluntariamente a merced de los elementos y las circunstancias, no saber qué tocará hoy, si fruta o carne agusanada, si atracar en una playa paradisíaca o cruzar de nuevo el Cabo de Hornos. La vida pirata es saber que el capitán puede dejar de serlo en cualquier momento. Es el riesgo y la incertidumbre, apostarlo todo a rojo o a negro y que sea lo que Dios o el Diablo dispongan.

Hay personas, creo que la mayoría, a quienes angustia la inseguridad de no saber qué va a ser de su vida, personas a quienes su naturaleza inclina a buscar un trabajo que les garantice seguridad, estabilidad, y continuidad para los años venideros. También hay personas que buscan a su media naranja, a su alma gemela, a esa persona que nunca les abandonará. No es mi caso. A mí me aterraría saber en qué voy a trabajar durante el resto de mi vida. Del mismo modo, me angustiaría saber que voy a pasar el resto de mis días junto a una misma persona. No digo que me resultase insoportable estar toda la vida junto a alguien –cómo saberlo -, ni que no pudiera dedicarme siempre a la misma cosa, mientras aquella me gustase. No, no es eso. Simplemente me aterraría saberlo. Me sentiría condenado, e incluso la felicidad puede ser una condena. Como me dijo una vez un tipo que conocí en Santorini, Grecia, “hasta el paraíso puede ser un infierno cuando te ves obligado a permanecer en él”. No utilizó exactamente estas palabras, pero venía a decir eso. Yo he comprobado que soy de esas personas que se conducen mejor entre la niebla, mi reino es el caos, ahí es donde me siento cómodo y seguro. Ahí es donde lo veo todo claro.
La vida pirata tiene sus riesgos, por supuesto. De hecho el riesgo está siempre ahí, presente. Podrían despedirte mañana, y después qué. Pues ya veremos.
Ella podría dejarte, y te quedarías sólo, o al menos sin ella. Sí, bueno. Antes de entrar hay que dejar salir, ya sabes.
Podrían herirte, podrías herir, podrías perderlo todo. En fin, son gajes del oficio.
Pero si eliges esta vida, si eliges errar, siempre, allá en el horizonte, arderá la llama de una promesa.
Penurias, humillaciones, soledad, posiblemente un cierto peaje físico, abandonos, cuernos, celos, enfermedades de transmisión sexual, soledad (¿lo había mencionado ya?). Habrá todo eso y más, puedes contar con ello. Pero también, y sobre todo, habrá sorpresas, regalos, encuentros, experiencias, recompensas espirituales, momentos que justifican una vida, vidas que justifican una novela. Y sobre todo, habrá el no saber qué habrá, qué rostro te encontrarás tras la esquina, que cielos te saludarán hoy, cómo será el último renglón del capítulo. Se puede resumir así: solo cuando nada es seguro todo es posible.

Hay muchos piratas malos, pero tú, que has leído, sabes que también hay piratas buenos. Piratas bondadosos, piratas con corazón. Piratas que pueden conducirse con modos de caballero, pero que jamás pretenderían ser uno de ellos. Piratas que desempeñan con honestidad su oficio de piratas, piratas consecuentes que no piden clemencia cuando las cosas se tuercen y toca pasar por la quilla. Yo quisiera pensar que soy uno de ellos.
Me gustaría tener cien vidas para vivir de forma diferente cada una de ellas, para ser poeta, músico, astrónomo, futbolista. Me gustaría tener cien vidas para envejecer junto a cada una de las mujeres que he amado (no, no han sido cien, evidentemente, ni se le acerca, pero es que con alguna, incluso, repetiría). Sin embargo, a falta de nuevas evidencias, creo que solo dispongo de una vida. Así que, quizá no vaya a vivir ninguna de esas vidas al fin y al cabo, pero a lo mejor puedo vivir un poquito de cada una.

Momentos que justifican una vida, muchacho: eso tendrás si te enrolas. Yo afirmo haberlos vivido ya. Pero, ¿sabes una cosa, chico? Quiero más. Mi codicia es insaciable.

“Coooon la botella de ron/
coooon la botella de ron….”

miércoles, 22 de julio de 2009

Parole, parole

Al escritor le gusta complicar las cosas. Para la gente normal, una mesa es una mesa y una silla es una silla. Para el escritor una mesa es una silla con voluntad de independencia, y una silla es una mesa domesticada.

viernes, 12 de junio de 2009

Manual de instrucciones

Precauciones de uso:

Mantener alejado de temperaturas extremas, conservar en ambiente limpio y confortable.
Revisar periódicamente fuentes de alimentación y niveles de energía.
Inspeccionar periódicamente dispositivos externos.

Modo de uso:

Paso 1) Arranque.

Es aconsejable utilizar el modo de arranque manual.
En caso de optar por el menú de arranque automático (por ej: “Hola, cariño, ¿por qué traes esa cara de mala leche?”), los resultados son imprevisibles, pudiendo provocar, involuntariamente, la inestabilidad del sistema. En ese caso, desconecte y reinicie.

Arranque manual:
Abrir la cubierta con precaución, tacto y suma delicadeza. Verificar niveles de energía. Elegir “Modo A prueba de fallos”.

Paso 2) Navegación

En el menú subsiguiente, elegir la opción por defecto (“Hola, cariño, ¿estás bien? Pareces cansado. ¿Quieres que te sirva la cena ya?”). Aplicar protocolo en función de la respuesta del sistema, eligiendo siempre la opción por defecto. Se recomienda mantener la conexión en modo “Silencio” todo el tiempo que sea posible. Para neutralizar los posibles códigos maliciosos que pudieran infiltrarse en el sistema (por ej: “Si es que ni llevar una casa sabes, inútil, pedazo de inútil”), pulsar las teclas Alt+Control. En caso de persistir en su actividad los códigos maliciosos (“¿Quieres dejar de moverte de una puta vez? ¿No ves que estoy intentando ver el partido?”), mantener pulsada la tecla Supr (“Perdona, cariño, lo siento. No volverá a ocurrir.”).

Seguridad:

En caso de aparecer amenazas graves a la estabilidad del sistema (“Te voy a matar, hija de la gran puta”), elegir la función Escape.

En caso de riesgo inminente de colapso (“Ya te tengo, zorra”), apagar funciones vitales básicas. Ayudarse, si es preciso, de algún objeto cortante, punzante, o contundente. Reiniciar.


-¿Se puede saber qué haces, que llevas más de media hora mirando ese manual?
-Nada, cariño. ¿Tienes hambre? ¿Quieres que te ponga ya la cena?

Eutanasia


“Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirme en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una manera muy buena de salir de esta vida. Supera a la ancianidad, a la enfermedad, o a la caída por las escaleras de la bodega. Ah, ser un gringo en México: eso es eutanasia”.


Ambrose Bierce (1842-¿1914?)


Ocurrirá así: Un rostro moreno e inexpresivo, unos ojos como de tiburón; no te dirá adiós, ni siquiera te preguntará por qué, solo hará lo que es debido. Después, quizá el forense, y a lo mejor una llamada de teléfono a familiares y amigos que sí dirán adiós, y sí preguntarán por qué, y cómo. Luego, un féretro en un avión, un entierro escrupuloso, y después de eso, ya sabes, fue un hombre bueno, un amigo querido, etc., y después, de nuevo por qué, y cómo. Aunque, no, no te engañes, después no habrá nada, nada de nada. De todos modos, ya no será asunto tuyo.


¿Por qué? ¿Por Kerouac, por Lowry, por Hemingway, por Bierce? Podría ser, si quisieras otorgarle un sentido, una pátina de nobleza; si quisieras ofrecer un hermoso sacrificio en aras de una tradición arcaica de arena y muerte. Sí, podría ser. Pero también podría ser por tu mujer gritando otro nombre con el rostro contraído, sudando un sudor distinto, mirándote frío, mirándote nunca te quise, mirándote tú lo sabías, fue tu culpa. O podría ser que ya no le necesitamos, hace falta sangre joven, usted ya sabe cómo es esto, encontrará algo, le irá bien. O, a lo mejor, por Susan, por qué te fuiste de ella, qué fue lo que te asustó, miedo a dejar de ser joven, miedo a dejar de amar, a dejar de de ser amado, miedo a qué. O también que lo mejor ya pasó, y que lo mejor tampoco fue muy bueno en realidad, y eso es terrible. O quizá es solo una cierta disposición: quizá tu padre eligió hacerlo con una cuchilla y hacerlo sólo, y tú prefieres cuchillo y que sea otro. O quizá es que no es seguro todavía, habrá que hacer más pruebas, ya le diré cuándo tiene que preocuparse.


Pero eso el por qué, y el por qué es aire, en cambio el ahora es sólido, es seguro, es irrefutable. El ahora es el humo y el sudor que se pegan como miel a tu ropa. Es un letrero que dice “Liquors”, del revés frente al espejo. Es hombres callados, hablando en silencio, y ese gringo, míralo nomás, ahí, mirándonos tan fijo, qué quiere el gringo, no sé, pero si lo quiere capacito que lo encuentra. Es tres días de tequila y de mota, de putas y de moscas y de diarrea, buscando el tópico triste y a la vez el desmentido, y qué fue de ese México de los libros, se lavó la cara, pero igual le apesta el aliento, güey. Es esa canción estúpida que no pega ahora, qué tonto sería morir con ella sonando, qué tonto será. Es que te levantas y vas a la barra, y no rehuyes la mirada que te dice no mames, gringo, vete, déjalo nomás, yo no quiero matar, tú no quieres morir, pero haré lo que es debido. Es esa es mi cerveza, gringo, y qué pasa que no escuchas, me oíste, hijo de la chingada, vete ahorita y vive cagón pero vive nomás. Es los hombres que dejan espacio, estas cosas requieren ceremonia. Es el brillo de un metal. Es denle una a él antes que se orine el yanquicito. Entonces, un destello: Borges, “El Sur”. Sí, así está bien, denme, les dices sin decir, palma hacia arriba y el tiburón que duda, mírenlo el gringo que le salieron pelos en los huevitos, así sí, así da gusto. Hace falta sangre joven, dijo alguien, usted ya sabe.

Eso es el ahora. El después es se fijaron cómo me enfrentó el gringo, pensé por un momento que me mandaba derechito con la Pelona, menos mal que entre todos lo sujetaron, y casi ni aun así. Es se fijaron, el gringo no se iba a echar para atrás, el gringo vino a que lo mataran, si no por qué dijo thank you cuando se agarraba la sangre con las manos.

miércoles, 10 de junio de 2009

El color del cristal

Cuando no te quede nada por perder alégrate: a partir de ahora todo será ganancia.

Cuando no haya nada seguro celébralo: significa que cualquier cosa es posible.

Cuando el pasado te muerda los tobillos como un perro rabioso mira al frente, y asume que cada segundo flagrante es el principio de todo.

Cuando ella te rechace –o él -, está claro, te equivocaste, no era ella –o él -.

Cuando ganes no olvides que otro perdió. Cuando pierdas, bueno: ganaste una derrota.

Cuando te duela fíjate en qué parte, igual ni la conocías.

Cuando llores asómbrate: no hay otro animal que tenga el privilegio de hacerlo.

Cuando tengas enemigos enorgullécete: de algún modo el odio es una forma de estima.

Cuando te estrelles piensa en qué bonito espectáculo darás, visto desde fuera.

Cuando tu mundo se venga abajo puede ser un buen momento para mudarte a otro.

Cuando llegue el final recuerda que sin final no habría cuento.

domingo, 7 de junio de 2009

Improbabilidades

Lo que son los prejuicios

Un turista polaco viaja por el metro de Madrid y ve a un musulmán de aspecto sospechoso. Le parece distinguir una bomba entre sus ropajes. Cree que si da la alarma el terrorista hará explotar la bomba, así que trata de acercarse a él para evitarlo. Mientras tanto, un inmigrante recién llegado de Yemen está, asimismo, viajando en el Metro de Madrid. Lleva un valioso regalo para su sobrino escondido entre la ropa por temor a que se lo roben. Un tío rubio y rapado le está mirando, y se aproxima a él con disimulo. Cree que puede ser un skinhead, o alguien que quiere robarle. Tras varias extrañas maniobras, el polaco sale corriendo detrás del árabe, forcejean, caen a la vía, y son atropellados por el siguiente tren, pensando, ambos, que han muerto como héroes. Al día siguiente el suceso aparece en los periódicos sin que nadie sepa encontrar una conexión entre las víctimas.

Todo por un sueño

Dos amigas compran juntas un boleto de lotería de Navidad y prometen repartirse el premio si les toca. Lo guardan en la taquilla que comparten conjuntamente en el gimnasio. Una de ellas sueña que la otra intenta robarle a su marido, y lo toma como un sueño premonitorio de traición. Al día siguiente se enteran de que El Gordo ha caído en el pueblo y su número ha resultado premiado. Se llaman para felicitarse y quedan en el gimnasio a las 6 para recoger el billete. Pero ella no puede esperar, y aparece a las 5 para comprobar si el billete aún sigue ahí. Abre la taquilla, el boleto no está. Tras ella está su amiga, que le dice: “No te molestes, el boleto ya está cobrado. Sabía que me traicionarías. Anoche tuve un sueño”.

¡Qué paradoja!

El Presidente de los Estados unidos se dispone a dar una conferencia. En su atril hay una notita que nadie había advertido. Dice que si no se pronuncia a favor de la abolición de la venta de armas en su discurso, recibirá un disparo en la cabeza. Si trata de avisar a alguien, también. El hombre, acojonado, cambia su discurso por un encendido alegato a favor de la prohibición. Cuando termina, es abatido de un disparo.
Paradójicamente, su asesinato despierta una oleada de rechazo hacia las armas en la población estadounidense, él se convierte en un mártir del pacifismo, y su última voluntad se traduce en una reforma de la Constitución de los Estados Unidos para prohibir la venta libre de armas.

Fantasías de ayer y de hoy

Supongamos tres cerdos. Uno se dedica a la agricultura extensiva, otro a la industria maderera, y el último al sector de la construcción. Pongamos que cuando dicen “el lobo” quieren decir “la crisis económica”. Pero, claro, así no tiene la más puñetera gracia.
(…)
Y entonces va Ahab, el hijo de puta, y se carga al último ejemplar de ballena albina.
(…)
A la mañana siguiente el hada, abrochándose la falda, le dijo a Pinocho que igual una mentirijilla de vez en cuando tampoco era tan importante.
(…)
La historia va de un niño criado por lobos, educado por una pantera, corrompido por un oso gandul y pendenciero, que, entre otras cosas, gusta de provocar masacres entre los monos, y cuyo mayor anhelo es matar a un tigre. No sé tú, pero yo intuyo que la parte buena del cuento viene cuando semejante criaturita se marcha a vivir a la aldea…

Una de miedos

¿Quién anda ahi?

Al llegar al hogar, la comida y el agua del perro están desparramadas por toda la cocina, pero no se ve a “Golfo” por ningún lado. Un reguero de huellas sube por las escaleras hacia el piso de arriba. Lo sigues, las huellas entran hasta tu dormitorio y desaparecen bajo la cama. Le llamas para que salga de ahí, pero no obedece. Escuchas su respiración agitada. Mientras te agachas para sacarle, oyes a “Golfo” ladrando en la parte trasera del jardín.


Buenas noches a ti también

De noche, mientras arropas a tu hijo, este te pregunta que de qué murió la abuelita. Tú le dices que la abuela Marta se murió de viejecita hace ya muchos años, pero tu hijo te dice que esa abuelita no, tonto: la que todas la noches le saluda desde la ventana.


Eso, por preguntar

-Y por último, Señor Quesada, tenemos este ataúd de pino con interior removible de cartón corrugado, para ser cremado junto con el cuerpo. El precio de este ataúd es de dos mil doscientos euros mas el I.V.A.
-Gracias, con esto ya me hago una idea.
Solo un rato después de salir, justo en la intersección del carril de incorporación a la autopista, se da cuenta de que en ningún momento le ha dado su nombre al tipo de la tienda. Quizá es por eso que no ve venir al matrimonio del Opel rojo.

lunes, 1 de junio de 2009

El coloso

Cuentan que un día el Supremo Soberano del Gran Estado Unificado hizo llevar ante su presencia al más conocido escultor de la Corte -cuyo nombre, por desgracia, hace mucho tiempo que cayó relegado al olvido -y le encargó que erigiese el monumento más impresionante que hubieran visto los siglos, como símbolo de su grandeza y de su infinita majestad. Le dijo que no debía reparar en gastos, que los años venideros de su Reinado quedarían a partir de ahora consagrados a la realización de tan magna obra. No quedaban ya fronteras que defender, reinos por invadir ni guerras por librar. La paz, impuesta con puño de hierro, y la justicia, aplicada con el rigor de un padre, asegurarían la estabilidad y la prosperidad del Estado durante muchos años; sin embargo, el pueblo no podía permanecer inactivo. Necesitarían un recordatorio de su vínculo con un destino más grande que el suyo, un símbolo que les ayudase a comprender y a aceptar su papel en el Plan Eterno. Un monumento que le representase a Él, al Gran Unificador, al Conquistador Terrible, al Pacificador Magnánimo. Cada año, un tercio de los varones jóvenes de cada uno de los Reinos trabajarían en la construcción del proyecto, y estarían a disposición del escultor cualesquiera canteras, bosques, montañas, llanuras o ríos que hubiera entre la tierra y el cielo. Cualquier requerimiento suyo sería concedido. El escultor aceptó el compromiso con humildad y con disimulado alborozo. Estaba ante la oportunidad de su vida, la ocasión soñada por cualquier creador de pasar a la posteridad con una obra que los hombres contemplarían con reverencia y asombro durante miles de años. Todos los medios humanos y materiales del Supremo Estado Unificado estarían a su servicio. Así que se despidió de su familia y emprendió viaje. Recorrió los Siete Reinos y cuentan que incluso se adentró en el Territorio de Las Sombras para encontrar el lugar en el que emplazar la descomunal obra que tenía en mente. Entonces encontró este lugar. Aquí, dice la leyenda, se alzaba un gigantesco peñasco de piedra prácticamente inaccesible, solitario y solemne en mitad del valle. Cerca de la cumbre se vislumbraba un monasterio habitado por unos monjes de los cuales se decía que se alimentaban solamente de musgo y agua de lluvia, pues no tenían contacto alguno con el resto del mundo. Eso no fue considerado un inconveniente por el Supremo Soberano cuando aprobó entusiasmado el proyecto del escultor. Los planos que este le presentó recreaban una imagen suya de tal majestuosidad, de tal colosal imponencia, que superaban con creces todo cuanto él mismo pudiera haber imaginado. Sería una estatua, la más gigantesca y más hermosa que nunca se hubiere esculpido. Transmitiría toda la majestad, todo el orgullo, toda la firmeza que fueran posibles representar por el ingenio humano. Parecería la obra de un dios, hecha para otro dios. El escultor pidió al Soberano que revisase los planos a conciencia, pues un proyecto de tal envergadura no podía dar comienzo sin estar totalmente seguro de lo que se quería hacer, pero el Soberano rugió que no hacía falta, que era perfecto; que, si era posible condensar la idea de la Gloria en una sola imagen, el escultor lo había conseguido con aquella. Estaba todo: los Siete Rubíes de la Obediencia, la Corona de la Unificación, el Manto de la Sabiduría, la Vara de la Justicia, la Espada del Castigo, y sobre todo, el porte indómito, la mirada de trascendencia, el rostro de serenidad y determinación. Había que comenzar de inmediato. Se movilizaron los inmensos contingentes de hombres y de materiales necesarios, se talaron bosques, se desalojaron aldeas y se acalló sin conmiseración a los disidentes. Sin embargo, los monjes, pese a los reiterados requerimientos de desalojo realizados por expedicionarios del Ejército, se negaron a abandonar su lugar de retiro. El asalto al Monasterio resultó una empresa de enorme dificultad, pues eran pocos los hombres con la destreza suficiente como para subir hasta él, y los monjes se defendían con inusitado encono, arrojando piedras y aguas fecales a los grupos de exploradores, que, por su delicada situación, suspendidos en el vacío, no podían defenderse. Muchos soldados murieron, y el Soberano comenzaba a impacientarse. Se construyeron entonces tres enormes torres para asediar el bastión desde lo alto, simultáneamente. No llegaban hasta la altura del Monasterio, pero sí a una altura suficiente como para alcanzarlo con proyectiles. La víspera del ataque, el Soberano, que había viajado a propósito para verlo, ordenó que se retrasase hasta la caída de la noche, pues quería ver bien el resplandor de los monjes en la oscuridad cuando saltasen al vacío envueltos en llamas. Al ponerse el sol, las catapultas de las torres comenzaron a disparar barriles de aceite hirviendo y el Monasterio empezó a arder casi de inmediato. Sin embargo, para decepción del Soberano, ningún monje saltó al vacío. Todos supusieron que los monjes habían preferido morir quemados voluntariamente en el interior del templo, así que empezaron a desmantelarse las torres y por la mañana comenzaron los preparativos para tallar la estatua. Llegaron los mejores escultores, canteros, tallistas, carpinteros y albañiles de todos los confines del mundo conocido, y millares de hombres comenzaron a trabajar al son de los tambores y bajo el chasquido del látigo. Sin embargo, seguían cayendo, de tanto en tanto, enormes piedras desde la cumbre, que, si bien no conseguían paralizar del todo las obras, sí que retrasaban enormemente su ejecución y creaban un clima de temor y de superstición en los trabajadores. Se reconstruyeron de nuevo las torres, y, desde ellas, fue posible avistar un reducido grupo de monjes que, de algún modo, persistía en la cima del peñasco, a la intemperie. Se dio orden de abatir a todos los pájaros de las cercanías, ante la sospecha de que los monjes se estuviesen alimentando de su carne y de sus huevos, y se inició un nuevo asedio. Se arrojaron cadáveres corrompidos, nidos de avispas y cestos de serpientes venenosas, durante días, hasta que, al fin, dejó de percibirse actividad alguna allá en lo alto. Entonces se reiniciaron las obras. Se dijo que los monjes habían sido pasto de los buitres, pero también circularon rumores de todo tipo, tales como que se habían comido entre ellos hasta que el último se devoró a sí mismo, o que habían salido volando entrelazando sus túnicas, o que fueron rescatados por un espíritu llegado del cielo, pues, días más tarde, cuando por fin se consiguió acceder a la cumbre, de los cuerpos de los monjes no quedaba el menor rastro.

Sin embargo, ese incidente fue olvidado rápidamente. Durante veinte años, trabajando día y noche, un enjambre de esclavos fue tallando las paredes de roca, desde la cumbre hasta la base. Un día de finales de agosto, el Soberano quiso echar un último vistazo a la estatua, que ya estaba casi cincelada hasta los tobillos. El escultor ordenó descubrir la inacabable lona que la protegía de las miradas indignas. Incluso así, recubierta de andamios, cuerdas y anclajes, resultaba sobrecogedora. El soberano abrazó al escultor con los ojos anegados en lágrimas y le dijo, con voz entrecortada, que inundaría su casa de oro, que ni sus hijos, ni los hijos de sus hijos, ni los hijos de aquellos, volverían a desear nada jamás, pues todo lo tendrían aun antes de que pudieran imaginarlo. Ahora que su vigor comenzaba a dar muestras de agotamiento, ya no tenía miedo a la muerte, pues sabía que dejaría tras de él un monumento de tal grandeza y tal perfección que por él sería recordado para siempre. Las obras terminaron poco tiempo después, coincidiendo su fin, tal como estaba previsto, con el trigésimo aniversario de la subida del Soberano al trono, tras la violenta e irresoluta muerte de su hermano mayor. Fueron invitados al descubrimiento de la estatua todos los soberanos vasallos y sus séquitos, así como caudillos tribales, líderes religiosos, y toda aquella persona de relevancia social o política en el Gran Estado Unificado. Acudieron también gentes a millares desde poblaciones vecinas y lejanas: campesinos, músicos, prostitutas, vendedores, acróbatas, timadores, buscavidas del más variado pelaje… Todo estaba dispuesto para el gran evento. El Supremo Soberano, sus siete esposas, sus diecinueve hijos, su Consejo y el escultor, se acomodaron en una tribuna revestida de oro, elevada sobre la multitud. Y a sus pies, descendiendo según su importancia jerárquica, los Siete Vasallos, la nobleza, los hacendados, y, finalmente, la plebe. Exactamente al mediodía sonaron los tambores, las trompetas y los címbalos, anunciando la revelación de la maravilla. Lentamente, el velo infinito que cubría la estatua comenzó a desplazarse, recogido con cuerdas, y, a medida que los primeros detalles de la estatua quedaban al descubierto, un murmullo, y después un clamor de asombro, comenzaron a surgir del gentío. Era… no había palabras, no existían para describir tal perfección, tal belleza. Los más entusiastas aduladores del Soberano se arrancaban los cabellos y chillaban de felicidad, sus detractores tan sólo lloraban desconsolados. La muchedumbre, enloquecida, aclamaba al Soberano, y también al escultor. El viejo monarca lloraba como un niño, aturdido por el orgullo y por la veneración de su pueblo. Entonces uno de sus consejeros se acercó a él y le susurró algo al oído. Al principio el Soberano no entendió bien, y siguió saludando a la multitud con la mirada perdida, pero entonces se fijó en el punto que su consejero le señalaba con el dedo. No, aquello no podía ser cierto. ¡El pie! ¡El pie izquierdo de la estatua! ¡Solo tenía cuatro dedos! Cuatro dedos, cada uno mucho más grande que un ser humano, colosales, gigantescos, perfectos, pero solo cuatro. Miró al escultor, sin comprender, pero este mantenía la vista fija en la estatua y una enigmática sonrisa en la cara. El soberano le preguntó, mientras hacía una seña casi imperceptible al jefe de su Guardia Personal, si, antes de que cualquier persona remotamente vinculada a él fuera desollada y quemada viva, le importaría explicarle qué demonios significaba aquello. El escultor, que a esas alturas ya suponía a su familia y amigos a bordo de un barco en dirección a las Islas Septentrionales, le miró con gesto de camaradería y le contestó: “Supongo, majestad, que nadie es perfecto”. Después se encogió de hombros y siguió contemplando el monolito con actitud satisfecha.

El Soberano, más tarde, trató de rescatar lo que pudiera salvarse de la estatua. Contra la opinión de los sabios, decidió intentar destruir únicamente el malhadado pie, sosteniendo mediante pesadas máquinas el resto del monumento, e insertando en su lugar otro pie esculpido por algún artista con menos afán de notoriedad. Fue un absoluto desastre. La estatua no resistió sobre un solo pie, y se vino abajo una noche, arrebatando las vidas de centenares de obreros. Poco tiempo después, el pueblo, cansado de los desmanes del Soberano, le derrocó sangrientamente, instaurando en su lugar al Gran Líder Libertador, de infausto recuerdo. En cuanto al escultor, a quien imaginamos la más dolorosa de las agonías, cualquier vestigio de su vida o de su nombre fue borrado para siempre.

viernes, 29 de mayo de 2009

Supersucker (Jimmi Olsen´s Blues)

El cuento es el siguiente: El progresivo acercamiento de un gran sol tiene al planeta Krypton al borde del colapso. Su avanzadísima civilización, poseedora de la tecnología suficiente como para atravesar galaxias, se ha visto, sin embargo, sorprendida por tal evento. Sus gobernantes, Jor-El y su esposa Lara, en un gesto conmovedor, insertan a su único hijo y heredero en una cápsula y lo lanzan a través del Espacio exterior en dirección a un insignificante mundo llamado La Tierra, donde podrá gobernar a su antojo y servirse de sus rudimentarios habitantes a capricho. El muchacho aterriza en un maizal en los alrededores de Smallville -un pequeño y deprimente baluarte de la ultraderecha cristiana más reaccionaria -, en medio de la América profunda, y es adoptado por un anciano matrimonio de red necks que le instruirán según la ética calvinista del trabajo duro, con escaso éxito. Merced al testimonio de reputados psicólogos a los que he tenido acceso pero que prefieren, por motivos de seguridad, mantenerse en el anonimato, estoy en condiciones de afirmar, casi con total certeza, que el joven Clark fue víctima de abusos sexuales por parte de su supuesto tío Jonathan, y que entre otras prácticas aberrantes, le obligaba a vestirse de mujer, posiblemente con la connivencia de la tía Martha. Todo encaja: el acoso silencioso sufrido en la escuela a manos de otros alumnos, el fracaso académico, la afición por las medias y atuendos estrafalarios como método para conseguir la aprobación de los demás, y, posteriormente, la necesidad constante de autoafirmación bajo esa identidad ficticia. Pero me estoy adelantando, aún estamos en la etapa de la escuela. El muy imbécil descubre que tiene superpoderes, y en vez de utilizarlos como haría cualquier adolescente sensato, para espiar bajo la ropa interior de las chicas o para descuartizar a sus hostigadores, los oculta con humildad y se esfuerza por no llamar la atención. Luego, una vez graduado -sería de esperar que cum laude, ¿verdad? Pues no: raspadito, raspadito, un tipo que puede leerse las obras completas de Tolstoi en lo que yo tardo en decir “Big Mac” -, emigra a la gran ciudad y, pudiendo hacer cualquier cosa que se proponga, consigue un puesto mal pagado de reportero becario en un periódico sensacionalista. Y además, redactando con faltas de ortografía y con una pésima sintaxis, todo hay que decirlo. Un buen día, decide ataviarse con un traje azul ceñido, un marcapaquete rojo y una capa a juego, y dedicarse a salir por ahí a desfacer entuertos, pero, eso sí, de uno en uno, sin prisas. Ah, y lo mejor de todo: se hace llamar “Supermán”. Tócate los cojones. “Supermán”. ¿Por qué no “Superguay”? ¿O “Megachachi”? ¿O, ya puestos, por qué no “Super Cipote”? Pues eso, un día se le cruzan los cables y se pone a liarla. Que si detengo un terremoto aquí, que si enfrío un volcán allá, que si evito una debacle nuclear, que si detengo tal guerra, o tal o cual ataque terrorista… Y sí, vale, todo eso está muy bien, pero no sé si conocéis la teoría esa tan famosa del “Efecto Mariposa”. ¿Nadie se paró a pensar que el tsunami de las Islas Fidji, tan sólo un día después del terremoto de San francisco, podría tener algo que ver con los chanchullos que hizo el payaso ese debajo de la corteza terrestre? ¿O que el famoso huracán que iba a asolar el Medio Oeste, al ser neutralizado por ese pedazo de bestia, pudo estar relacionado con las lluvias torrenciales que provocaron una crisis humanitaria en toda la cuenca amazónica? ¿O que al inutilizar a toda la flota militar norcoreana dio pie a los abusivos bloqueos comerciales que sumieron al país en una hambruna sin precedentes? No, claro, la gente adora a ese subnormal, y además esas no son del tipo de noticias que vende periódicos. Es mucho más rentable publicar una foto en primera página de Supermán salvando un avión comercial que una de la guerra civil en Sudán, de la represión en China o de la contaminación del mar Caspio. Claro, esas ya son cosas un pelín más complicadas, requieren ensuciarse las manos y utilizar la cabeza. Demasiado pedir para ese botarate. ¡Que ese tío es un inconsciente, te lo digo yo, que no tiene ni pajolera idea de lo que hace! ¡Pero si hace unos días estuvo a punto de envenenar a toda la oficina porque se confundió y cargó el toner de la impresora en la máquina de café! Además, no sé, ya puestos a pasarnos por el forro la legalidad internacional y las leyes propias de cada país, yo me encerraría con los líderes mundiales más importantes en una habitación y les diría: “Estimados señores, en breves instantes voy a comenzar a repartir hostias como si fueran caramelos hasta que salgan de esta sala con un acuerdo duradero de paz mundial. Sí, y voy a empezar por ti, franchute de los cojones. Por cierto, al que se le ocurra guardarse un solo misil, le meto la lengua por el culo y se la vuelvo a sacar. Puedo hacerlo, ¿quieren verlo?” Pero no, Supercapullo no. Prefiere ir resolviendo los problemillas de uno en uno, buscando la fotito, acaparando portadas. Y si se moja en el aspecto político, lo hace siempre por los mismos, claro. “Oh, no, cómo iba yo a ponerme en contra de mi país? ¿Qué diría tía Martha?” Soplapollas…


Mientras tanto, un caballero llamado Lex Luthor, arquetipo del self-made man americano, y un hombre infinitamente más inteligente, íntegro y talentoso que nuestro protagonista, amén de desprendido filántropo, pródigo benefactor y empresario exitoso a la par que honesto, se da cuenta de que un tío capaz de devolvernos a la edad de Piedra en un momento de calentón –no es broma, sería capaz; una vez el pedazo de animal invirtió la rotación de la Tierra e hizo nosequé cosa con el espacio-tiempo, sólo para salvar a su chica. Aunque, claro, yo también hubiera hecho lo mismo por esa chica-… Perdón, decía que un tío capaz de detener el tiempo y de hacer explotar la Tierra desde dentro tiene que estar bajo algún tipo de supervisión, y Lex Luthor era consciente de ello. Sé, por fuentes de total confianza, que Luthor trató de concertar varias veces una entrevista con Superman, siempre en vano. Luthor quería convencerle de la necesidad de dar un estatus jurídico a su actividad como superhéroe; de hacerle partícipe, y a la vez compromisario, de las decisiones políticas internacionales más importantes. También de la necesidad de ajustarse a un código ético, a un reglamento, y a la supervisión de algún organismo superior, como la ONU, en calidad de agente del orden planetario. Sin embargo, Supermán pasaba de todo, iba a su aire. Como tuviese el día torcido, ya la habíamos cagado. Le daba por ponerse a beber –y, sí, muchos superpoderes y todo eso, pero ese tío no aguanta dos copas sin empezar a decir gilipolleces -, a buscar bronca y a dar por el culo. Sin mala intención, en realidad, cosas como rectificar la torre de Pisa, desviar el curso del Río Nilo para cubrir el desierto de marihuana –eso fue ingenioso, hay que reconocérselo -, o trasladar el Taj Mahal a Central Park. Eso fue un regalo a Lois. No entiendo qué ve ella en ese fantoche, por cierto. A ella no le van los musculitos ni las poses, ella es una mujer moderna, independiente, una reportera de raza. Una de esas mujeres que requieren a su lado a un tipo que esté a su misma altura intelectual, a un hombre respetable de pies a cabeza. Un hombre como yo, por ejemplo. Lo siento, creo que me estoy desviando del tema. El caso es que Luthor, en vista de la imposibilidad de mantener un encuentro privado con Supermán, tomó, no sin antes haber calibrado hasta la extenuación las implicaciones morales y las posibles consecuencias prácticas de aquel acto, la decisión de atraerle hacia sí. Fingió -hipotecando para ello una considerable parte de su fortuna personal - estar tramando un atentado de dimensiones catastróficas, con el objeto de acaparar su atención. Lo que sucedió después difiere mucho de la versión que recibieron ustedes a través de los medios de comunicación. No, no es que Luthor intentara matar a Supermán y este le detuviese, eso nunca ocurrió. Por dios, Luthor no podría matar ni siquiera a un colibrí. Si el tío llora viendo “Siete novias para siete hermanos”, si contesta personalmente las cartas de los pobrecitos huérfanos acogidos por su fundación… Qué va, hombre. Lo que sí es cierto es que hubo una discusión subidita de tono por ambas partes. Luthor le dijo al Sr. Panties unas cuantas verdades a la cara, y muy bien dichas, además, y entonces va el chuloputas, se mosquea, y la emprende con el mobiliario de la mansión, le funde a Luthor el acuario gigante con su mirada láser -se comió un pez churruscadito y todo, el muy macarra – y le corroe la alfombra persa del siglo XII con una súper meada. Claro, todo eso mosqueó bastante a Luthor, y entonces dijo que se veía obligado a hacer uso de algo que hubiera preferido evitar, pero que, Superman, con su comportamiento violento, caprichoso e irresponsable, no le dejaba otra opción que utilizarlo. Entonces ocurrió el famoso rollo de la kryptonita. Luthor no sabía que podía ser letal para Supermán. De verdad, él no lo sabía. Según la información remitida por sus científicos sería como darle una especie de porro gigante, se quedaría dócil y maleable, sin ganas de tener bulla con nadie. Pero va Supermán, se pone blanco como el culo de un monje y cae desmayado a la piscina. Luthor se tira el primero, le saca con gran esfuerzo y le intenta reanimar, ¿y sabes lo que va y hace muy maricón? Pues le empieza a arrear a Luthor una somanta de palos que te cagas. A él, a sus empleados, al perro y a todo lo que pilla por el camino. Después, se lleva volando a Luthor, le hace atravesar el intestino de un rorcual común -Luthor todavía es incapaz de hablar de ello, y apuesto a que la ballena también – y, no contento con ello, le entrega a la Justicia diciendo que ha intentado volar la mitad de la Costa Oeste. ¡Pero si su abuela Daisy vive en Santa Bárbara, por favor! El caso es que Luthor está ahora mismo cumpliendo la perpetua en una cárcel de máxima seguridad en Minnesota, condenado sin pruebas, y mientras Supermán sigue por ahí, fardando de bíceps y haciendo lo que le viene en gana.


He propuesto a Luthor revelar al mundo la identidad secreta de Supermán. Un día vi a Lois entrando a la sala de archivos con Clark y saliendo, cinco segundos después, sola, con la ropa descompuesta, el pelo revuelto y una misteriosa sonrisa de satisfacción en la cara. Eso me hizo sospechar: nadie es tan rápido, ni siquiera yo. Después fue sencillo, sólo tuve que instalar una cámara oculta en el aseo de caballeros de la sección Internacional del Daily Planet, y comprobar lo acertado de mis sospechas. Probablemente, revelar su identidad secreta tampoco serviría de mucho, sería por joder un poco al grandullón, nada más, pero Luther se niega. Dice que le parece poco ético, que va contra sus principios, que le parece una inadmisible intromisión en la privacidad del Sr. Kent. Definitivamente, no sé si este hombre es un santo o un imbécil profundo. Podría hacerlo yo sólo, sin la colaboración de Luthor y de su corporación, pero, sinceramente, no tengo pelotas. Me coge Súper y me utiliza como abrebotellas. Sin embargo, tengo un plan. Es algo rudimentario, sí, y quizá no es, siendo estrictos, demasiado honorable, pero este es uno de esos casos en los que el fin justifica los medios. Me costó bastante convencer a Luthor, pero le aseguré que no haría nada irreparable, que tan sólo la utilizaría en caso de extrema necesidad y siempre con mesura, de poquito en poco, lo suficiente para atontar al musculitos y hacerle entrar en razón, y el muy pardillo me creyó. Lo siento por Lois, de veras, pero también lo hago pensando en ella. Se merece algo mejor que a ese cantamañanas, se merece a un hombre de verdad, culto, sensible, apasionado, y no a ese alienígena paleto, fanfarrón, travestido y engominado. Ya he llamado para dar el aviso de bomba, en pocos minutos el edificio del Planet estará vacío, y Supermán no tardará en llegar. Aquí estaré, preparado. Sé que no fallaré, que en el momento de la verdad no me echaré para atrás, porque tengo los motivos, tengo los cojones y, sobre todo, tengo un bolsillo lleno de kryptonita para metértela por el culo, Supermamón.

martes, 19 de mayo de 2009

Sobre el oficio de las letras

"La vida de un escritor es un verdadero infierno comparada con la de un empleado. El escritor tiene que obligarse a trabajar. Ha de establecer sus propios horarios y si no acude a sentarse a su mesa de trabajo no hay nadie que le amoneste. Si es autor de obras de ficción, vive en un mundo de temores. Cada nuevo día exige ideas nuevas, y jamás puede estar seguro de que se le vayan a ocurrir. Dos horas de trabajo dejan al autor de ficción absolutamente exhausto. Durante esas dos horas ha estado a leguas de distancia, ha sido otra persona, en un lugar distinto, con gente totalmente distinta, y el esfuerzo de volver al entorno habitual es muy grande. Es casi una conmoción. El escritor sale de su cuarto de trabajo como aturdido. Le apetece un trago. Lo necesita. Es un hecho que casi todos los autores de ficción beben más whisky del que les conviene para su salud. Lo hacen para darse fe, esperanza y ánimo. Es un insensato el que se empeña en ser escritor. Su única compensación es la libertad absoluta. No tiene quien le mande, salvo su propio espíritu, y eso, estoy seguro, es lo que le tienta".

Roald Dahl

(Gracias, Cande)

lunes, 18 de mayo de 2009

Muerte puta

Anatomía de un crimen

(Otra idea para la misma imagen)

Dios mío, qué desastre. ¿Tú qué dirías que ha pasado aquí? preguntó O´Reilly. Ven, agáchate, dijo Charles. ¿Ves la coloración azulada en el contorno de las uñas? Eso, junto con el estado moderado de rigor mortis y la temperatura corporal, determinará que los sujetos llevan entre seis y ocho horas muertos. La causa de la muerte parece deberse, en el caso de él, a una pérdida masiva de sangre, provocada, casi con toda seguridad, por la herida del cuello. Mira, acércate. Observa los bordes irregulares, el desgarro y la separación de los tejidos. Esto es lo que se llama una herida avulsiva. Yo diría que fue hecha con algún instrumento en forma de gancho, quizá con un gancho de carnicero o algo así, pero para saber eso habrá que hacer un análisis más a fondo de la herida. El resto de las lesiones que se aprecian a simple vista no parecen haber sido mortales de necesidad. También presenta contusiones de diverso grado en el rostro, pero es difícil saber si se produjeron antes o después de la muerte, y en todo caso debieron realizarse por ensañamiento, pues si hubieran querido dificultar la identificación del cadáver, probablemente le hubieran amputado también los dedos para borrar sus huellas. De todos modos, determinar eso es tarea del juez. En cuanto a ella, podría haber muerto por un traumatismo craneoencefálico severo, pues ninguna de las otras heridas que se aprecian en un primer vistazo parece haber sido causa suficiente por sí misma. Las abrasiones en las muñecas nos revelan que debieron haberla atado, y presenta claros indicios de haber sufrido una agresión sexual. De nuevo, es difícil determinar si eso ocurrió antes o después de su muerte sin examinar el cadáver en profundidad. ¿Eso de ahí es mierda?, preguntó O´Reilly, señalando la mancha marrón junto a la puerta. Eso parece, respondió Charles. Podría ser de él, de ella, o de ambos. O de una tercera persona, claro. Y apostaría lo que sea a que esos dibujos en la pared no han sido hechos con pintura roja. Joder, exclamó O´Reilly, cómo nos pasamos anoche, ¿no? Quizá deberíamos limpiar un poco todo esto. Bah, respondió Charles, no te preocupes. Nadie en su sano juicio sospecharía del forense.

Y al final, tu nombre


Me llamaban la Flor de los Cárpatos, así les gustaba anunciarme. También era la niña, la rubia, la de los ojos azules, o simplemente la rumana. Mi aspecto ya llamaba la atención en mi país; no me faltaron novios, ni propuestas de matrimonio. Pero yo quería algo más, sentía que estaba llamada a un destino mayor que ese. Vine con la ilusión de una vida mejor, más luminosa, más brillante. Quería ser alguien de quien se hablara más allá de mi pueblo, uno de esos rostros anónimos y felices de las revistas y las series de televisión. Quería volver dentro de muchos años, con el porte distinguido y elegante de quien lo ha visto todo. Quería llegar y decir: ¿visteis? Lo conseguí. Pero lo que encontré al llegar fue muy diferente. No hubo sesiones de fotos, ni fiestas, ni eventos especiales. Hubo cinco hombres violándome en una habitación sin ventanas, todos a la vez. También él. Hubo palizas, palizas donde creí morir. Hubo heroína, al principio a la fuerza, luego suplicando por ella. Y hubo otros muchos hombres, ogros anónimos, espectros sin rostro ni alma, que a veces me hablaban en un idioma extraño, tratando de comunicarse conmigo, sin entender que se estaban dirigiendo a un cadáver, a un ser mecánico sin una brizna de vida en su interior. Porque llegué a olvidar que estaba viva. Llegó un momento en que me entregué a mi suerte sin objeción, esperando tan sólo que este Purgatorio pasase lo antes posible. No tenía constancia de los días ni de las noches, el concepto de “mundo exterior” se convirtió en algo abstracto para mí. Tan sólo existían las paredes de mi habitación, el largo pasillo, las habitaciones de las otras chicas, y la escalera. La misma escalera por la que bajaba él todos los días, trayéndonos la comida, y también la cruel medicina. Al principio casi ni sentía su presencia. Supe pronto que él no me pegaría, y eso era todo cuanto me importaba. Le dejaba entrar y le dejaba hacer. Tampoco hubiera podido impedírselo. Sin embargo, nunca volvió a tocarme después de esa primera vez. Me inyectaba la dosis y se iba. Yo empecé a aguardar su llegada con expectación. Cada aparición suya era una garantía de seguridad momentánea, se convertía en un ilusorio sentimiento de liberación. Sentía que estando con él no había peligro. Un día me di cuenta de que nunca me había detenido a observarle bien. Era feo. La cara como achatada, arrugado el entrecejo, bajito, chepudo, gastado. Su cuerpo decía que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero me gustaba. Siempre le pedía un poco más, y al principio me lo daba, pero después no. Fue a partir de que empecé a hablarle. Le hablaba porque en él sentía algo distinto, algo que callaba en su interior. Mientras él me dejaba la comida, mientras la recogía, mientras me ponía la dosis, yo le hablaba. Sabía que él no podía comprender, pero aun así le hablaba. Le contaba quién era, cómo era la vida en Targu Ocna. Le contaba sobre mi familia, mis amigos y las cosas que me gustaban, y él callaba y escuchaba. Le costaba mirarme a los ojos. Un día empezó a llamarme por ese extraño nombre. Siempre, al irse, me miraba desde la puerta y pronunciaba esa hermosa palabra. Empezó a reducirme la dosis, al principio casi imperceptiblemente, y luego de manera más evidente. Yo, a pesar de la ansiedad, de las nauseas y los temblores, no dije nada a aquellos que podían entenderme. ¿Por qué? No lo sé. Sólo sé que estar viva allí dentro era insoportable. Le rogaba en voz baja que me diese más, le preguntaba por qué, pero él no respondía. Se limitaba a mirarme de aquella manera tan callada, tan triste, mientras hacía lo suyo, y luego, desde la puerta, se despedía de mí mediante esas cinco sílabas. Ayer cambió todo. Me negué a complacer a ese cerdo gordo. Estaba despierta después de mucho tiempo, y no quise, no pude hacerlo. Me reí de él. No me importaron sus golpes ni sus gritos. Tampoco me importó cuando vinieron los demás. Cada puñetazo, cada patada, eran como una victoria para mí. Cuando se fueron, vino él. Se quedó junto a mí, acariciándome, susurrándome al oído mi nuevo nombre. Luego se fue, y me quedé dormida. Me despertó una especie de grito rápidamente sofocado, seguido de un golpe sordo. Se abrió la puerta, era él. Noté al instante que algo pasaba; que todo, para bien o para mal, iba a cambiar a partir de ese momento. Me ayudó a incorporarme y trató de hacerme andar, pero yo apenas podía mantenerme en pie. Avanzamos a trompicones por el pasillo, entre los gritos de las otras chicas. Pude ver a uno de los rumanos tendido en el suelo, sangrando por la cabeza. Llegamos a la escalera, arriba había luz. Luz del sol. Yo hacía cuanto podía por ayudar, pero no tenía fuerzas. Entonces me subió a su espalda y cargó conmigo escaleras arriba. Yo me agarré a su cuello y cerré los ojos, dejándome llevar hacia la libertad, hacia la vida, hacia la muerte, hacia donde fuese. Se escucharon voces de otros hombres provenientes del piso de abajo. Corre, mi amor, corre. Llegamos al piso de arriba, una puerta, una luz. La luz, el mundo, la vida. Me coge en brazos. Un estampido, como un petardo. Se detiene. Cae de rodillas, yo caigo también. Desde el suelo, desde las lágrimas, veo dos siluetas que se acercan. Otro estampido. Adiós, mi amor. Pies que se detienen frente a mí. A partir de ahora, viene lo peor, lo sé. Pero no me importa. No me importa, porque a partir de ahora tengo un nuevo nombre. No sé qué significa, ni necesito saberlo. Teliberaré, ese es mi nuevo nombre.

jueves, 14 de mayo de 2009

Empezamos bien


Odio decir “ya te lo dije”, pero es que ya te lo dije:

http://www.elnuevodiario.com.ni/internacionales/47575

http://www.rtve.es/noticias/20090513/obama-marcha-atras-ordena-que-publiquen-las-fotos-torturas/276539.shtml

http://www.offnews.info/verArticulo.php?contenidoID=14869

http://www.offnews.info/verArticulo.php?contenidoID=14738

Y lo que vendrá. ¿Qué podía ser mucho peor? Si tú lo dices... En todo caso, estaría bien que nos quitásemos de los ojos la venda del buenrrollismo y mirásemos las cosas tal como son, sin etiquetas políticas, sin pigmentaciones de piel, sin demagogia. Más allá de una bella retórica -que lo es -.Tan solo los hechos, en su aséptica crudeza. Sus palabras le hermanan con Martin Luther King, sí, tanto como sus actos con Bush, Jr. y Senior. No diré eso de "mismo perro, distinto collar". Sólo diré que si ladra y menea la cola, un gato no es. Siento aguar la fiesta.

Buenas tardes.

(En realidad no odio decir “ya te lo dije”. Lo cierto es que me encanta...)

lunes, 11 de mayo de 2009

Mundos permeables


Atrapé un pedazo de aire y lo separé en tiernas lonchas. Después, lo pasé por la sartén y se lo di de comer a mis lirios. Estaban hambrientos, tantos días sin comer pelirrojas. Luego recordé que la máquina de convertir el después en antes aún no estaba arreglada, así que me dirigí al ala oeste de la caracola, dispuesto a invocar a mi gemelo malvado por si le apetecía venirse a trepar unos ríos. No, me dijo, no hasta que aparezcan mis tijeras de amputar odios. De todos modos recordé que había olvidado la Llave de la Memoria, así que di media vuelta, y luego otra media, y después varias más. Lógicamente, después de eso me sentí amanecer.
Entonces apagué el ordenador y salí a la calle dispuesto a vivir la extraña ficción de todos los días.

Unos nacen con estrella


Hoy parece que el cielo está despejado. Por suerte o por desgracia, la tasa de natalidad es la más baja de los últimos años. La gente sigue diciendo que es lo normal, que es ley de vida, pero yo no consigo acostumbrarme. Hace poco me cayó uno al lado. Hacía un buen día, así que decidí darme una vuelta por el exterior, a pesar de las advertencias. Cogí la moto y salí con ella al campo. Iba por un camino de tierra cuando, de pronto, se cruzó un conejo delante de mí. Giré para esquivarlo y, justo en ese momento, sentí como algo muy veloz y muy pesado pasaba junto a mí, casi rozándome, y se estrellaba contra el suelo con un golpe seco y un crujido sordo. Perdí el control de la moto y caí al suelo con ella. Al levantarme, miré hacia atrás y vi una masa rosada e informe a unos pocos metros de mí, tendida sobre un charco de sangre. Me acerqué a ella, sobrecogido. Era un varón. Estaba destrozado, reventado por dentro. No es lo mismo verlo así que verlo en las noticias, puedo asegurarlo. Recuerdo que lo asocié a una naranja que alguien hubiese aplastado de un pisotón. Las tripas, los huesos rotos, toda esa sangre; fue espantoso. Intento consolarme pensando que ellos, aunque sólo sea durante unos breves instantes, ven el mundo de una manera que nosotros nunca veremos. Quiero pensar que no tienen miedo, que disfrutan de ese viaje breve y alucinante. Pero la expresión que vi en la cara de ese pobre desgraciado, al menos en lo que se distinguía de ella, transmitía pánico, terror absoluto. Me quedé observándolo durante un buen rato. Emanaba de él tal sensación de, no sé cómo decirlo… de fragilidad, de vulnerabilidad, que, por un momento, sentí el impulso de acariciarlo. Pero no lo hice, claro. Llamé a los Servicios Municipales para que lo recogieran y me fui, viendo por el espejo retrovisor a ese saco sin vida hacerse más y más pequeño.
Realmente me pasó muy cerca. Si ese conejo no se hubiese cruzado en mi camino, me habría caído encima y yo ahora mismo estaría muerto. Al final, después de todo, va a resultar que tengo buena estrella.